sábado, 31 de octubre de 2015

ERES MI ABUELO

Y eres irrepetible.

Porque formas parte de aquella definición con la que cualquier persona con suerte e infancia puede exhalar un suspiro. Porque la he tenido. Porque he tenido la suerte de conocerte. La suerte de coincidir contigo, de disfrutar de ti y de la grandeza que se ha escondido en la sabiduría de tus palabras, en el cariño de tus caricias.

Y es que, a veces, incluso has sido más padre que mis padres, más hermano que cualquier hermano y más amigo que el mejor de ellos. Porque tú, con la experiencia de los años a tus espaldas, has vivido como quien se da cuenta de lo imprescindible de la vida, como quien se ha percatado de que no hay mayor razón de ser en el mundo que la de estar aquí para sentir las mejores emociones del alma.

Porque me has querido incondicionalmente, con todo el orgullo que te ha permitido sentir tu corazón. Pero no me refiero a ese orgullo que actúa como colesterol, taponando las arterias e incapacitando el corazón. No, no. Me refiero a ese orgullo que has sentido por mí, a ése que te ha llenado la boca de halagos en tantas ocasiones y te ha empapado las mejillas de lágrimas en tantas otras. A ése orgullo es al que me refiero, al que pocas personas son capaces de sentir de corazón. Al orgullo de un abuelo.

Eres tú. Y como tú no hay dos, ni tres, ni cincuenta. Ni si quiera eres la categoría gramatical en la que cualquier otro padre de padre pueda sentirse identificado. No señor. Y tampoco entras dentro de la definición de “abuelo” de Wikipedia. Me niego a que entres en cualquier categoría o definición en la que otros puedan compartir espacio contigo. Porque tú eres tú: único, inmejorable e irrepetible. Y es que cuántos padres de padres habrá. Pero cuántos pocos abuelos como tú.

Y cuántas veces me has cuidado. Y no me refiero al cuidado que puede ofrecerte cualquier otra persona que sepa sostener una cuchara, cambiar un pañal y cantar una nana. No. Me refiero al cuidado “con cuidado”. A la atención que una persona es capaz de dedicarle a otra con la disponibilidad de todos sus sentidos. Me refiero al cuidado de quien de día te ama con todas sus fuerzas, y de noche sueña con que tus sueños se cumplan. Al cuidado que no entiende la palabra sin el “dado” final. Porque lo has “dado”. Lo has “dado” todo para que yo, a día de hoy, sea como soy, como querías que fuera, como querías que yo quisiera ser.

Y no hay palabras. No existen. No puedo encontrar los sustantivos, adjetivos o verbos perfectos que puedan llegar a describir lo que has significado para mí. Y perdóname. Perdóname por encajar en el papel de nieto, aunque tú no pudieras definirte como el resto de abuelos. Perdóname por ser el “típico” hijo de hijo de padre. Perdóname por no ser excepcional contigo, por no haber sabido agradecerte todos los detalles que deberían haberme hecho estremecer el alma en cada momento en el que se produjeron. Perdóname por apreciar las cosas con retraso, por duplicarles el valor después de haber sucedido, por acordarme de ellas ahora y empapar este papel a deshora, mientras mis ojos se cierran y mi imaginación te recuerda.

Quiero volver a esos momentos. En los que me preparabas todos aquellos bocatas para pasar la tarde viendo nuestro Betis, como nos unía. O a esos otros, en los que cenando os preguntaba sobre vuestras vidas, vuestros recuerdos, indagando en ellos cual entrevistadora del corazón. Quiero volver. Volver a sorprenderme con vuestros comentarios inesperados y repentinamente ingeniosos, con esos consejos salpicados por una época distinta y esos otros actualizados a golpe de programas y realities de televisión.

Quiero volver.

Pero volver a darte las gracias. A daros las gracias. Y es que esto va por los dos. Porque eres mi abuelo, y también eres mi abuela. A cada cual más único y especial. Quiero volver a daros un beso y a salir por la puerta diciéndoos que “no os quiero” como señal de lo mucho que realmente lo hago.

Quiero volver a sentirme “el típico” nieto.

Y es que, aún siéndolo, ya no soy tan típico por el hecho de haber tenido unos abuelos tan únicos como vosotros.

Pero más que gracias a vosotros, gracias a la suerte: por haberos puesto en mi camino.

martes, 27 de octubre de 2015

La subasta de mi vida.




Hoy me apetece subastar lo que siento. Y no para deshacerme de ello, sino para vendeal mejor postor. Hoy decido que lo viejo, todo lo que he sentido hasta ahora, lo reúno en esta habitación. Todo aquello que he vivido, todo aquello que he pensado, todo aquello que he sentido no es más que lo que soy. Por lo tanto, reciclemos lo viejo, que no por antiguo inútil, y transformémoslo juntos en un nuevo proyecto de vida.

Para ser el mejor postor, te invito a que comiences a conocer el motivo de esta subasta. Por ello, hoy pongo a tu disposición unos cuantos artículos en venta, que no por extraños, son menos interesantes. Aun así, existen algunas condiciones, te explico;

Vendo todas las lágrimas que he llorado por todas las sonrisas que me puedas provocar. Así, serás también capaz de entender el punto de inflexión existente entre el momento en el que escuches el sonido de un lamento o, en cambio, el de una carcajada. Vendo los insultos que he escuchado por palabras que me enciendan el alma. Vendo todo lo que he callado por espacios comunes de reflexión contigo. Vendo las promesas por hechos, por intentos, por esfuerzos. Vendo los celos por confianza, y la frustración por esperanza. Te vendo todo el aburrimiento sentido por toda la curiosidad que puedas transmitirme, y todo el desconocimiento por todo aquello que puedas enseñarme. Vendo mis pesadillas por nuevos sueños, y cualquier "no te arriesgues" por un solo "inténtalo". Vendo todo el pesimismo de mi alrededor por tus futuras dosis de realidad dulcificada y, sobre todo, vendo todo el conformismo por muchas dosis de iniciativa.

Es más, especificaré y te diré que ya no tan solo vendo, sino que también cambio. Te propongo cambiar todas las monedas de 1€ por 100 céntimos por cada una, sorprendernos juntos por el valor de las pequeñas cosas e ilusionarnos al descubrir cuán grandes e importantes pueden volverse. Te propongo no usar la baraja entera con cada juego, sino jugarnos poco a poco todas las cartas, dosificando la emoción y la intención. Te propongo que me enseñes a hablar de "nosotros", a soñar en plural con cada plan, a pensar en 2 en lugar de en 1.

Te invito a que aprendas el significado de las palabras más importantes y las que más vas a necesitar para apostar en esta subasta. Te doy una pista: una de ellas es el respeto. Te invito a escribir esta historia en común. Por este motivo, vendo mis monólogos por nuestros futuros diálogos, y mi butaca del comedor por un lado del sofá. A decir verdad, vendo también todos aquellos postores que te acompañan como rivales en esta habitación si pretenden comprar cualquiera de estas cosas con el bolsillo lleno. Vendo todo su dinero por un corazón sin carencias.

En realidad, ya no incluso vendo, sino que regalo. Te regalo todo aquello que ofrezco si vienes desnudo de miedos, sin bolsillos rebosantes de mentiras, sin los ojos que observan a través de los cristales de las segundas intenciones, sin auriculares que enciendan su música cada vez que escuchen algo que no quieran oír.

Para ser el mejor postor, amigo, acércate con los brazos abiertos y los pies descalzos. No te preocupes por las heridas, ni las que tienes ni las que tendrás. Antes de que empezara la subasta ya preparé en una habitación todo aquello necesario para primeros auxilios, y te aseguro que en el botiquín nos sobran las tiritas. Además, no te preocupes por las heridas, porque a base de buenas curas, incluso las peores, cicatrizan.